La Afabilidad

Vivimos un tiempo en el que nos vemos enfrentados a situaciones poco comunes y que reclaman de nuestra parte un esfuerzo en distintos aspectos para poder superarlas adecuadamente. Una de ellas es la cuarentena. La permanencia en nuestros hogares durante un tiempo más prolongado de lo que acostumbrábamos, nos ofrece la oportunidad de reflexionar, dialogar con nuestra familia de una manera más reposada, conocernos mejor y también tomar conciencia de la necesidad de una serie de conductas a poner en práctica para el desarrollo de una adecuada convivencia.

En nuestras próximas cápsulas hacemos un paréntesis en la materia que estábamos tratando, el diálogo en la familia, para abordar el tema de las virtudes para la convivencia.

Quien reflexione sobre la existencia del hombre, advertirá su índole social. El ser humano experimenta de modo innato una inclinación a la convivencia. Esta no se reduce a estar cerca unos de otros, implica que cada cual debe vivir teniendo que contar de alguna forma con la vida de los demás. Necesitamos al otro y el otro también nos necesita. Esta convivencia, aunque necesaria para nuestro pleno desarrollo como personas, no es sencilla. Si bien todos somos personas, cada uno tenemos una personalidad diferente, somos distintos y esto a la vez que es una oportunidad de enriquecimiento personal y social también puede ser fuente de no pocos roces e incluso conflictos entre nosotros. Se requiere de un esfuerzo por parte de cada uno para que podamos tener una buena convivencia. En otras palabras, un buen acopio de virtudes para la convivencia nos permitirá vivir adecuadamente en sociedad. Incluso en la comunidad de vida y amor que es la familia, donde cada uno somos acogidos y queridos por lo que somos, también se requiere de este esfuerzo y en ocasiones de un modo más importante, ya que como en la familia nos encontramos en un ambiente de mayor confianza es fácil dejarse llevar de la espontaneidad y nuestras propias inclinaciones haciendo en ocasiones complicada la convivencia con quienes más amamos y a quienes debiéramos estar más agradecidos.

Entre estas virtudes que permiten una mejor convivencia se encuentra la afabilidad.

Santo Tomás de Aquino se refiere a la afabilidad como la virtud que cuida de ordenar las relaciones de los hombres con sus semejantes tanto en los hechos como en las palabras (Sto. Tomás, II-II 114, 1). Inclina y facilita al hombre decir y hacer todo lo que ayuda a hacer agradable la vida familiar, social y comunitaria. Esto no implica que se deba agradar a toda costa. No se debe temer desagradar, si es para conseguir un bien o evitar un mal. Una persona con autoridad y responsable de otros haría mal, si cuando es preciso, no corrigiese por el temor de causar un disgusto. Al respecto san Agustín en el comentario a la primera carta de san Juan, nos refiere que muchas cosas que se hacen, en apariencia buenas, no proceden de esta raíz del amor. También las espinas tienen flores. Hay cosas que parecen ásperas, horribles, pero sirven para instruir cuando las dicta el amor. (In Io Ep VII, 8)

¿Por qué es necesaria esta virtud?:

Como sigue diciendo Sto. Tomás “puesto que el hombre es por naturaleza un animal social… así como el hombre no podría vivir en sociedad sin la verdad, tampoco sin la delectación, porque según el Filósofo en VIII Ethic., nadie puede convivir todo un día con una persona triste o desagradable. Por tanto, el hombre está obligado por un cierto deber natural de honestidad a convivir afablemente con los demás a no ser que por alguna causa sea necesario en ocasiones entristecer a alguno para su bien”. (II-II 114,2)

La afabilidad requiere que sepamos mirar, extender nuestra mirada alrededor con un sano deseo de conocer y de tener solicitud por los demás. Es no pasar indiferentes a la presencia y necesidades de los demás. Cuantas veces un simple saludo, una sonrisa, una palabra de aliento o un gesto amable puede alegrar el corazón de una persona y levantarle el ánimo.

También requiere de la humildad que nos ayudará en nuestras conversaciones con los demás a no ser hirientes u ofensivos, no dar respuestas severas o cortantes que impidan la continuación del diálogo emprendido. Nos permitirá hablar de lo verdadero con buenas maneras, con naturalidad y sencillez. Tratando de hacer comprender al otro, no de imponer nuestro criterio.

En nuestro trato, la humildad nos permitirá saber que no somos el centro de la existencia, que somos frágiles y tenemos limitaciones que nos hacen reconocer nuestra necesidad de los otros La humildad nos ayudará a reconocer con alegría la bondad y bien que hay en los demás.

Si queremos ir adquiriendo la afabilidad tendremos que evitar los vicios que se oponen a esta como son: la adulación, tratar de agradar a otros de palabra o de obra por el deseo de obtener algún beneficio; y el litigio, que se da principalmente en las palabras que contradicen a las de otra persona, sin tener reparo alguno de contristarla.

La afabilidad no es una virtud muy “ruidosa” pero cuando falta se hacen tensas las relaciones entre los hombres y a veces muy difíciles. Una palabra amable se dice pronto, pero a veces se nos hace difícil pronunciarla debido al cansancio, las preocupaciones, la rapidez dela vida moderna o a la indiferencia egoísta. Así sucede que pasamos al lado de las personas que más tratamos y la frialdad del silencio o la severidad del gesto hacen como si las ignoráramos.

¡Cuántas veces las tinieblas de la soledad, que oprimen a un alma, pueden ser desgarradas por el rayo luminoso de una sonrisa o de una palabra amable! (JUAN PABLO II, Homilía, Roma, 11-II-1981).

Para reflexionar:

1.-¿Cuáles han sido los principales motivos de dificultad en la convivencia con las personas que me relaciono?

2.- ¿Le doy importancia a la afabilidad en mis relaciones con los demás? ¿Por qué?

3.- ¿Cómo trato o puedo tratar de hacer más agradable la vida de las personas que viven conmigo?

 

María Montserrat Martín Martín

Instituto Berit de la Familia