Familia y cuidado de la fragilidad al final de la vida

Cuando escuchamos o leemos la palabra familia con frecuencia se nos vienen a la mente términos como amor, acogida, apoyo, atención, confianza, seguridad, protección. Intuitivamente de la familia esperamos todo eso y más, esperamos que la familia sea ese santuario que acoge y apoya al ser humano, tanto en su esplendor como en su fragilidad.

La experiencia de nuestra fragilidad nos hace sufrir. Fragilidad y sufrimiento son dos palabras podríamos decir que en cierto modo están proscritas en una sociedad hedonista que promueve el disfrute y placer a toda costa y que además se cree poderosa, en gran parte debido al gran desarrollo de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, la realidad de nuestra fragilidad está presente en nuestras vidas, somos vulnerables y sufrimos.

Las enfermedades graves incapacitantes, la edad avanzada y otras causas que progresivamente nos van haciendo perder nuestra capacidad de valernos por nosotros mismos, son una muestra de la fragilidad que golpea nuestras vidas.

¿Qué respuestas se nos proponen ante estas realidades? En ocasiones se nos plantea un acto de compasión superar esta fragilidad y sufrimiento eliminando al frágil y sufriente como es el caso de la eutanasia y otras prácticas similares que ponen fin a la vida de una persona por “compasión”

La compasión es una actitud muy loable y necesaria sobre todo para aquellos profesionales que tratan con temas de salud y quienes acompañan a la persona que está sufriendo, pero no justifica el empleo de cualquier medio para desarrollarla y aliviar a quien está sufriendo, incluso cabría cuestionarse si es realmente verdadera compasión, la que elimina al compadecido.

La familia es un ámbito privilegiado para acoger la fragilidad, es la comunidad donde la persona no tiene miedo de mostrarse como es porque sabe que es querida por sí misma, con la riqueza de sus cualidades y la dificultad de sus defectos, con sus fortalezas y debilidades.  La familia se percibe como refugio seguro en los momentos difíciles y lugar donde esperamos siempre ser acogidos. De manera natural la familia asume y apoya en la fragilidad de todos y cada uno de sus miembros, pero cuando estas fragilidades son graves, cuando plantean muchas dificultades incluso al propio desarrollo de la sana dinámica familiar, la familia necesita ser apoyada para que pueda ejercer sus funciones adecuadamente y es en este sentido que más que inducirla a tomar decisiones que inciden directa y negativamente en su identidad y los vínculos entre sus miembros, es el momento de apoyarla y ayudarla a llevar adelante dichas funciones de acogida de la fragilidad.

No es una ley de eutanasia la que se necesita para apoyar a las personas y sus familias que sufren a causa de situaciones o enfermedades graves e irreversibles, sino una ley que facilite el que las personas puedan llegar al término de sus vidas aliviadas en sus dolores y sufrimientos con las mejores medidas que las Ciencias de la Salud puedan ofrecer, según el estado del arte, y principalmente acompañadas por sus seres más queridos. Hay “dolores” que se alivian más con la compañía y cariño de un ser querido que con la administración de un analgésico.

Sentirse querido, atendido y acompañado en los momentos difíciles favorece el desarrollo de una fuerza interior en la persona que vive estos momentos, que le permitirá afrontar con valentía desafíos tan importantes como vivir de manera plenamente humano el trascendente paso de la vida temporal a la vida eterna.

Para reflexionar

1.- ¿Cuáles son las principales situaciones de fragilidad que hemos afrontado como familia?

2.- ¿Qué desafíos a superar se nos han planteado como familia ante las situaciones de fragilidad de alguno de los miembros de la familia?

3.- ¿Qué nos ayuda y qué nos dificulta como familia afrontar estos desafíso?

 

María Montserrat Martín

Instituto Berit de la Familia, UST