Familia Trabajo y Fiesta

La familia, el trabajo y la fiesta son tres realidades que están muy relacionadas en la vida de todos los seres humanos. Precisamente este fue el lema del VII Encuentro Mundial de las Familias, en el que se trataron con amplitud y profundidad las distintas interacciones entre estas tres entidades.

El trabajo es necesario para el ser humano, no solo como medio que le permite obtener los bienes necesarios para su subsistencia y la de su familia, sino que el trabajo también posibilita un mayor y mejor desarrollo de la persona, ya que la realización de un trabajo implica en mayor o menor medida la actualización de las capacidades más específicamente humanas. Además, con su trabajo bien realizado, la persona contribuye a la construcción de una mejor sociedad.

Junto a la necesidad del trabajo está la necesidad del descanso. En el último tiempo y por distintos factores, las personas se ven sometidas a largas e intensas jornadas laborales, a una búsqueda continua de mayores rendimientos económicos y a la realización de un trabajo motivados por la “obsesiva” y casi “exclusiva” obtención del éxito, medido este en términos utilitaristas. La experiencia misma muestra, sin embargo, “que no es la lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo que contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una sociedad justa, ya que supone una competencia exasperada, fuertes desigualdades, degradación del medio ambiente, carrera consumista, pobreza en las familias. Es más, la mentalidad utilitarista tiende a extenderse también a las relaciones interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples convergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido social”. (Benedicto XVI, homilía VII Encuentro Mundial de las Familias).

El descanso adecuado y a tiempo nos libera de estos riesgos y nos da la posibilidad de pensar, de encauzar nuestro camino y esfuerzos hacia objetivos más propiamente humanos. Para ello es importante tomar en cuenta el modo en que nos planteamos y vivimos este tiempo de descanso, que a veces se entiende como un tiempo para no hacer nada, un tiempo para uno mismo, o como una evasión de las obligaciones cotidianas, perdiéndose así buena parte de la riqueza que puede significar para las personas y las familias este tiempo de vacaciones.

“El descanso abre al hombre, sujeto a la necesidad del trabajo, la perspectiva de una libertad más plena. (…) El descanso permite a los hombres recordar y revivir las obras de Dios, desde la creación hasta la Redención, reconocerse a sí mismos como obra suya, y dar gracias a Dios por su vida (…)”. (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 258).

El tiempo de descanso otorga al ser humano la posibilidad de reflexionar, de contemplar y orientar su vida, hacia la verdad y hacia el bien debido. También hacia la verdadera belleza a la que llega a través de su capacidad de asombro cuando descubre nuevos aspectos en la realidad en la que está inmerso.

De diferentes maneras podemos ejercitar esta capacidad contemplativa que nos permite el tiempo de descanso. Un paseo en familia por el campo, una excursión a la playa o la montaña, que nos acerca a la belleza de la naturaleza, la realización de algún deporte,  visitar distintos lugares que nos permitan admirar la riqueza del ser humano, plasmada en sus expresiones culturales y artísticas, visitar amigos y familiares, compartir más tiempo en la propia familia fortaleciendo los vínculos, escuchar a los abuelos, a los hijos, al esposo o esposa y disfrutar de su crecimiento personal, salir al encuentro de otras personas necesitadas, cultivar nuestra relación con Dios en el silencio de la oración…

“Familia, trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra existencia que han de encontrar un equilibrio armónico. Armonizar el tiempo del trabajo y las exigencias de la familia, la profesión y la paternidad y la maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para construir una sociedad de rostro humano. A este respecto, privilegiad siempre la lógica del ser respecto a la del tener: la primera construye, la segunda termina por destruir. Es necesario aprender, antes de nada, en familia, a creer en el amor auténtico, el que viene de Dios y nos une a él y precisamente por eso «nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos” (1 Co 15,28)» (Enc. Deus caritas est, 18)” (Benedicto XVI, VII Encuentro Mundial de las Familias).

Para reflexionar:

1.- ¿Qué dificultades encontramos para armonizar nuestra vida de familia y trabajo?

2.- ¿Qué valor le damos al descanso?

3.- ¿Cómo empleamos nuestro tiempo de descanso y cómo repercute en nuestro crecimiento personal y familiar?

 

María Montserrat Martín

Instituto Berit de la Familia, UST