El Padre

El padre en la familia: guía en el camino de la vida.

“Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de buen padre” decía el escritor español Juan Luis Vives, reconociendo así la importancia que tienen los padres de familia, en el buen desarrollo y desempeño de sus hijos. Sin embargo, ser un buen padre no es tarea sencilla, y más en nuestro tiempo en el que, al menos en la cultura occidental, pareciera que, la figura del padre poco a poco va desapareciendo; o se va confundiendo con ciertas actitudes de compañerismo que no corresponden y que en el fondo los hijos tampoco esperan de ellos, y que favorecen la evasión de la responsabilidad que los padres tienen en la formación de sus hijos.

El hecho de la “desaparición” de la figura paterna, que en un principio se pudo ver como una exaltación de la libertad individual y la liberación de la imposición de reglas externas a uno mismo, en realidad genera una gran “orfandad”, con las consiguientes secuelas en el desarrollo personal de los infantes y jóvenes. El padre ausente ya sea, por ausencia física o por renuncia a su responsabilidad para con los hijos, supone una gran pérdida para estos últimos.

Para ser un buen padre, lo primero es estar presente en la familia. Se trata de una presencia física en el hogar y también personal que permite escuchar, observar, conocer, interesarse por los hijos, sus inquietudes, sus temores, sus alegrías y sus sueños. No se trata solo de pasar tiempo junto a ellos sino de estar con ellos. Ahora bien, ser padre presente no es lo mismo que ser un padre controlador, que anula las iniciativas de los hijos y no los deja crecer aprendiendo incluso de sus errores.

Ser buen padre implica también el buen ejercicio de la autoridad que orienta y guía a los hijos en el camino de la vida. Esta autoridad no se refiere a imponer reglas arbitrarias, a servirse del otro para el bien personal o a exigir respeto porque sí, sino a la responsabilidad que como padres se tiene de acompañar, orientar y formar al hijo para afrontar los retos­ que la vida cotidiana presenta y optar desde la libertad, por un camino de bien.

Esta orientación parte de la base de que todos tenemos las capacidades y disposiciones, para realizar buenas acciones, pero es necesario encauzarlas, tener un guía quien nos enseñe el camino. Todos necesitamos ser orientados, guiados en principio y aprender a enderezar nuestras intenciones y acciones a un fin determinado y para ello es fundamental el ejemplo de coherencia en el bien de los padres y su ayuda en el reconocimiento y la lucha por enmendar nuestras deficiencias.

El buen ejemplo de los padres favorece en los hijos el verdadero respeto, animado más por el amor que por el temor, y que se da cuando estos les admiran y reconocen en ellos unos valores que les motivan a actuar con aprecio y afecto hacia ellos.

La corrección no es fácil, hay mucha resistencia a ser corregido ya que en cierto modo se ponen de manifiesto nuestras debilidades y esto cuando menos, es molesto. También se da la resistencia a corregir porque supone llevarnos malos ratos y estar dispuestos a recibir en el corto plazo, la incomprensión, en ocasiones malas respuestas y en otras el mutismo de los hijos.  Sin embargo, es preciso ayudar a enmendar los errores, hacerlo bien y saber esperar.

Una adecuada corrección requiere al menos tres características:

Necesaria, en el sentido de que sea sobre defectos reales y no aspectos en los que no se coincide o no se tiene el mismo punto de vista que los hijos, pero que no necesariamente son equivocados.

Oportuna, cuando el hijo pueda aceptarla, sin dejarla pasar para evitar la incomodidad de la incomprensión o de las malas reacciones de los hijos y sin hacerla cuando estamos airados o molestos y con riesgo de decir más de lo que se quiere decir.

Prudente, adaptada a la capacidad del hijo, sin exasperar a la persona que la está recibiendo. No todos tenemos la misma sensibilidad, ni tampoco la misma fortaleza para asumir adecuadamente una corrección.

Por último, es importante destacar que un buen padre reconoce que los hijos son un don y no una posesión, los recibe con reverencia, respeto y sobre todo con mucho amor y responsabilidad. Recuerda las palabras de la Madre Teresa de Calcuta:

“Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo… en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”.

Para reflexionar:

1.- ¿Cómo vivo la responsabilidad de la formación de los hijos?

2.- ¿Cómo es mi presencia en el hogar?

3.- ¿Qué aspectos puedo mejorar al advertir a los hijos de sus errores?

 

María Montserrat Martín Martín

Instituto Berit de la Familia