Desafíos que supone la inclusión: reconocer, comprender y aceptar
En una sociedad cada vez más diversa, incluir supone varios desafíos de especial relevancia. A modo de ejemplo, las aulas de clases se han transformado en espacios de encuentro (y re-encuentro) entre personas que, asumiendo sus diferencias, cohabitan un espacio que les es común.
Si bien el concepto inclusión no se aborda de forma explícita en la obra de Santo Tomás, el honor debido a toda persona humana sí está presente. El Aquinate señalaba: “En cualquier ser humano hay algo por lo que se le puede considerar digno de honor… Y, según esto, todos deben buscar ser los primeros en honrar a los demás” (Suma Teológica, II-II, q.103, a.3). Esta declaración de Santo Tomás se basa en dos hechos fundamentales: la imago Dei presente en el ser humano y su capacidad racional de reconocer la virtud en los demás.
Reconocer la virtud en los demás no siempre es una tarea fácil. Más aún, cuando esto implica acoger y valorar positivamente las diferencias individuales que cada persona tiene. Por esto incluir es siempre un desafío. Porque exige integrar formas de vida, cosmovisiones y cualidades diversas como un aporte a la vida en comunidad.
Por otro lado, incluir también supone el desafío de abrirse a la comprensión de la realidad del otro. Comprender lo valioso de lo diferente, lo distinto, lo diverso, permite también enriquecer lo propio. Re-conocer y re-valorar las distintas diversidades (culturales, funcionales, de género, entre otras) visibles en la sociedad actual, demanda una apertura que puede ser incómoda, pero siempre necesaria.
Finalmente, la inclusión presenta el desafío de la aceptación. Reconocer e integrar la virtud de los demás, junto con la comprensión de su realidad no son suficientes. Hay un paso trascendental faltante que consiste en aceptar al otro, considerando incluso las diferencias que se puedan advertir. Parafraseando a Octavio Paz, aceptar al otro es, en cierto sentido, reconocerse a uno mismo; mientras que, por el contrario, negar al otro es negarnos a nosotros mismos, porque la identidad se construye en el encuentro, el diálogo y, a veces, el conflicto con la diferencia (Paz, 1950). En palabras del autor, en esto se basa el principio de la alteridad, el reconocimiento y aceptación de la existencia del otro. Cuando logramos esta aceptación y reconocimiento, la sana convivencia y la búsqueda del bien común se vuelven posibles para el desarrollo de una sociedad más fraterna y humana.
Osvaldo Arriaza Urzúa.
Director de Formación e Identidad.
IP-CFT Santo Tomás, Sede Rancagua.