Crecer en el Amor: Alegría y belleza (1)

Nos unimos a la celebración anual del Día Mundial de las Madres y los Padres el 1 de junio, declarado por la ONU para “reconocer su labor y honrar su trabajo en todo el mundo”.

Foto UNICEF/UNP188831/Njiokiktjien VII.

(Textos tomados del capítulo cuarto de la exhortación Amoris Laetitia del Papa Francisco)

CRECER EN EL AMOR

Alegría y belleza (1)

126. En el matrimonio conviene cuidar la alegría del amor:

  • amplía la capacidad de gozar,
  • nos permite encontrar gusto en realidades variadas,
  • aun en las etapas de la vida donde el placer se apaga.

Por eso decía santo Tomás que se usa la palabra «alegría» para referirse a la dilatación de la amplitud del corazón (Suma Teológica I-II, q. 31, a. 3, ad 3).

La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación:

  • de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones,
  • de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres,
  • siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse.

127. El amor de amistad se llama «caridad» cuando se capta y aprecia el «alto valor» que tiene el otro (Suma Teológica I-II, q. 26, a. 3). La belleza, el «alto valor» del otro, que no coincide con sus atractivos físicos o psicológicos:

  • nos permite gustar lo sagrado de su persona,
  • sin la imperiosa necesidad de poseerlo.

En la sociedad de consumo el sentido estético se empobrece, y así se apaga la alegría. Todo está para ser comprado, poseído o consumido; también las personas. La ternura, en cambio:

  • es una manifestación de este amor que se libera del deseo de la posesión egoísta;
  • nos lleva a vibrar ante una persona con un inmenso respeto
  • y con un cierto temor de hacerle daño o de quitarle su libertad.

El amor al otro implica ese gusto de contemplar y valorar lo bello y sagrado de su ser personal, que existe más allá de mis necesidades. Esto me permite buscar su bien también cuando sé que no puede ser mío o cuando se ha vuelto físicamente desagradable, agresivo o molesto.

Por eso, «del amor por el cual a uno le es grata otra persona depende que le dé algo gratis» (Suma Teológica I-II, q. 110, a. 1).