Gratitud: afecto y don

“Lo propio de un alma grande es prestar más atención a lo bueno que a lo malo”. 

Hace unos días escuchaba a una persona que estuvo a punto de morir de COVID y cómo cambió su vida después, pero experiencias parecidas nos toca vivir a todos: cambios de lugar o trabajo, pérdidas o crisis. Pues bien, hace tiempo que vengo reflexionando sobre cómo esas vivencias hacen que valoremos más lo que habitualmente tenemos a nuestra disposición o veamos con otros ojos a las personas con quienes convivimos, y que precisamente porque se van a alejar, aparecen con su real valor. Esa experiencia suele venir acompañada de la gratitud por cada detalle, cada momento de vida que se recibe como un don, como un regalo. Gratitud a las personas, a Dios que cambia la vida.  

¡La gratitud! ¿Cómo explicar esta vivencia? Partamos dándonos cuenta de que lo más importante de cuanto recibimos no es lo que se nos debe por justicia, como en un contrato, sino que es un don que se recibe gratis porque alguien o Alguien nos lo entrega porque quiere, por amor, no porque deba hacerlo por obligación o por “justicia”. Descubrirlo es lo que nos hace ser agradecidos, y se concreta en que nos lleva a sacar lo mejor de nosotros y de los demás. Hay muchos ejemplos: la atención, cariño y cuidado de los padres o profesores, la paciencia que se nos demuestra, la comida, descanso, estudio o trabajo que cada día tenemos a nuestra disposición, que se nos escuche y se nos “regale” un tiempo quizás destinado a otra cosa, o la amistad verdadera que es lo más gratuito y mayor plenitud nos da. De esa conciencia de haber recibido gratis brota la gratuidad como una cierta obligación interior por la que queremos devolver algo de lo recibido, como si de un trueque desigual se tratara o, como lo llama Santo Tomás de Aquino, de una “deuda moral”.   

En efecto, este gran maestro fue un agradecido de Dios por todo lo que recibió, y supo devolver concretado en una vida de entrega y en su gran obra de pensamiento. De la virtud de la gratitud decía: que “el mismo orden natural exige que quien recibe un beneficio se sienta movido a expresar su gratitud al bienhechor mediante la recompensa, según su propia condición y la de aquél” (Suma Teológica, II-IIa, q. 106, a. 3, in c). Es bueno agradecer incluso si eso que recibimos se nos entrega de mala gana, porque “Lo propio de un alma grande es prestar más atención a lo bueno que a lo malo. Por tanto, si alguien hizo un beneficio con malos modales, no por eso en quien lo recibe cesa del todo el deber de agradecérselo” (ad. 3). ¿Y cómo debe ser el agradecimiento? Apunta a dos cualidades: que sea con afecto se concrete en un don. Con afecto porque no debe ser algo frío o por obligación. Y respecto al don o recompensa, dependerá del deber contraído, los medios disponibles, la utilidad, las condiciones y circunstancias. Por eso la gratitud puede concretarse de muchas formas: en una sencilla palabra o gesto de agradecimiento, un reconocimiento, un regalo material o espiritual o, incluso, hasta un consejo o una corrección, pero siempre movido por un afecto amoroso.   

Y si es verdad que recibimos bienes gratuitos de las personas que nos aman, aún más numerosos y profundos los recibimos de Dios, que, sin necesidad alguna y por puro amor, nos regaló la vida y nos la mantiene cada segundo, junto con nuestras capacidades y talentos.   

Como dice el refrán: “Es de bien nacidos el ser agradecidos”. Queda ser conscientes de los dones recibidos y concretar esa gratitud en cada momento de la mejor manera; como mi gratitud a quienes me han acompañado tanto tiempo en mi vida, o al lector que ha tenido la paciencia y quizás la curiosidad de llegar hasta el final de esta reflexión. ¡Gracias!  

Dra. Esther Gómez