La muerte: una vida que no acaba

“La inmortalidad de las almas exige la futura resurrección de los cuerpos”

 

Se dice que una de las cosas más ciertas de esta vida es que va a terminar, es decir, que vamos a morir y que nos va a tocar a todos, sin diferencia alguna. Y aunque es así, nos cuesta afrontarlo, incluso cerca de la conmemoración de los difuntos. Sin embargo, de la muerte se pueden sacar lecciones para la vida.

Las visiones materialistas apelan a que todo termina ante el umbral de la muerte, ya que no habría nada tras ello. Y desde esa óptica, sólo queda disfrutar de esta vida lo máximo posible porque es lo que hay. Eso dicen y así viven los materialistas como Epicuro: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Pero ¿es verdad que somos únicamente materia destinada a la nada y a la corrupción?

Con argumentos racionales y con otros que proceden de la fe, Santo Tomás de Aquino apela a que somos mucho más que materia: somos personas humanas con una dimensión espiritual y otra material íntimamente unidas.

La primera es el alma, que al ser racional y espiritual no sólo nos capacita para entender, tener conciencia y trascendencia, sino que además es inmortal. Algunas razones que da de ello es que, dado que entender es algo que supera al cuerpo, entonces lo que hace posible entender, que es el alma, no dependería del cuerpo para existir, sino que existe por sí mismo; además de que no se corrompe y es lo más perfecto de la naturaleza. Y así algunos filósofos han llegado a concluir con argumentos racionales que nuestra alma es inmortal. Sin embargo, la fe cristiano católica no sólo afirma que el alma subsiste al cuerpo, sino que da un paso radicalmente novedoso al afirmar la resurrección de la carne, es decir, al asumir que el cuerpo participa de la inmortalidad.

Veamos algunas de sus razones. La primera es que, si verdaderamente Cristo murió y resucitó en cuerpo y alma, y por ser prototipo de hombre perfecto y nuestro Salvador, entonces nos precede y nos muestra lo que algún día será nuestro destino glorioso compartido con el suyo. Otras razones más filosóficas apuntan a que la persona necesita cuerpo y alma existir como persona. Por eso dice en la Suma contra gentiles libro IV, capítulo 79:

“[…] consta que el alma se une naturalmente al cuerpo porque es esencialmente su forma. Por lo tanto, el estar sin el cuerpo es contra la naturaleza del alma y nada contra natura puede ser perpetuo. Luego el alma no estará separada del cuerpo perpetuamente. Por otra parte, como ella permanece perpetuamente, es preciso que de nuevo se una al cuerpo, que es resucitar. La inmortalidad de las almas exige al parecer la futura resurrección de los cuerpos.

Se demostró que el deseo natural del hombre tiende hacia la felicidad, pero la felicidad última es la perfección del feliz. Según esto, quien carezca de algo para su perfección todavía no tiene la felicidad perfecta, porque su deseo aún no está totalmente aquietado; pues todo lo imperfecto desea naturalmente alcanzar la perfección. Ahora bien, el alma separada del cuerpo es en cierto modo imperfecta, como toda parte que no existe con su todo, pues el alma es por naturaleza una parte de la naturaleza humana. Por lo tanto, el hombre no puede conseguir la última felicidad si el alma no vuelve a unirse al cuerpo, máxime habiendo demostrado que el hombre no puede llegar a la felicidad última en esta vida”.

La memoria de nuestros difuntos movida por la fe será, entonces, no sólo un recuerdo agradecido o doloroso, sino a la vez un acto de esperanza en la vida eterna. No todo termina en el umbral de la muerte.

 

Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad