Perdón

(Textos tomados del capítulo cuarto de la exhortación Amoris Laetitia del Papa Francisco)

«El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).

Nuestro amor cotidiano

(n. 105) “Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón: buscar más y más culpas, suponer todo tipo de malas intenciones… De ese modo, cualquier error o caída del cónyuge puede dañar el vínculo amoroso y la estabilidad familiar.

 

Lo contrario es el perdón:

  • que se fundamenta en una actitud positiva,
  • que intenta comprender la debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona,
  • como Jesús cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

 

(n. 106) Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil. La verdad es que «la comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación» [Juan Pablo II, Familiaris consortio, 21].

(n. 107) Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos.

  • Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos.
  • Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales.
  • Entonces, poder culpar a otros se convierte en un falso alivio.

Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás.

(n. 108) Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos. Fuimos alcanzados por un amor previo a toda obra nuestra, que siempre da una nueva oportunidad, promueve y estimula. Entonces podremos perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros.

De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un lugar de comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de permanente tensión o de mutuo castigo.”

Para reflexionar:

  • Cuando alguien nos hiere en nuestra familia, ¿dejamos que el rencor vaya creciendo y arraigándose en nuestro corazón? ¿O lo perdonamos e intentamos comprender y excusar su debilidad?
  • ¿Culpamos a los demás miembros de la familia, quizás porque no nos perdonamos a nosotros mismos, o porque no hemos aceptado el perdón incondicional de Dios?

 

La misericordia, en la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino: II-II, q.30.