familia

Familia, amor y perdón

La vida y el amor son esenciales para la familia, y han de ser alimentados siempre, pero de manera especial al brindar el perdón gratuito a sus miembros.

Qué acertada es la sabiduría popular cuando da peso al valor de una vida por los frutos de amor que uno va sembrando y cosechando que se concretan de una manera especialmente visible en la descendencia familiar. En efecto, la familia es realmente algo fundamental en la vida, porque acoge, sostiene, anima, apoya, ayuda y a la vez enseña a crecer y a superar dificultades, así como a alegrarse en los éxitos. Es el ámbito donde mejor se nos conoce y no tenemos que ponernos máscaras como hacemos a veces ante los extraños: somos los que somos. Precisamente por eso hay que cuidarla tanto, para que el exceso de confianza no enfríe el amor entrañable que es su origen y debe ser lo que la mantenga a lo largo del tiempo. De hecho, una descripción muy célebre de la familia es esa “comunidad de vida y amor”, primera célula de la sociedad.

Ese amor, que da vida y esa vida, que ha de crecer y alimentarse del amor, han de estar constantemente presentes. La apertura a la vida concretada en los hijos es fruto de un amor maduro que no se encierra en sí mismo, sino que se abre a otros. Cada hijo trae consigo no sólo un pan bajo el brazo, como también se dice, sino también innumerables alegrías y sufrimientos. También esto es muy verdadero, porque no hay amor sin dolor pues sólo el que ama sufre por los males del amado. Tal vida, además, se caracteriza por un constante crecimiento en todas las dimensiones personales y sociales: afectiva, psicológica, espiritual, religiosa, etc, y esto lo busca para sí mismo y para los que le rodean. Por eso siempre tiene iniciativas y no se queda paralizada. Especial importancia tiene en ese proceso de crecimiento la práctica de virtudes, es decir, irse habituando a obrar bien en todo lo que hagamos: en lo intelectual, en lo moral, en lo laboral… El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho o en lo grande, dice también un dicho… y eso, donde mejor se aprende es en la familia. Y qué importante, dentro de esas virtudes para la convivencia, no sólo familiar, sino también social, es el aprender a perdonar y a aceptar a los demás en lo que nos diferencia de ellos o, más aún, en sus caídas o fallos. De hecho, la virtud del perdón es especialmente importante para crecer con relaciones sanas y maduras y de una manera muy especial, cuando esos familiares tan queridos han cumplido su misión en esta vida y entran a la vida eterna. En esos momentos, ¿quién no quisiera hacer las paces o ser perdonados de esas rencillas que, a veces por puro orgullo, han enfriado los íntimos vínculos familiares? El que ve cercana la muerte y el fin de esta vida tiene una especial visión para ponderar mejor lo que realmente es importante y distinguirlo de lo que no lo es tanto. El amor, precisamente porque es el origen de la familia, no puede estar ausente al culminar la vida, y el perdón provoca la recuperación del amor perdido y de muchos otros bienes.
Por otro lado, la petición de perdón de las ofensas cometidas, cuando se dirige al Autor de la vida –Dios-, se concede por medio del sacramento de la confesión y en éste, al recuperarse la amistad con Dios o vida de gracia, se pueden recuperar las demás virtudes. En efecto, “de la gracia fluyen todas las virtudes infusas, como de la esencia del alma fluyen todas las potencias […]. Luego con la penitencia se recuperan todas las virtudes”, como dice Santo Tomás (en la Suma Teológica, IIIa, q. 89, a. 1, in c).

La vida y el amor son esenciales para la familia, y han de ser alimentados siempre, pero de manera especial al brindar el perdón gratuito a sus miembros. Perdón que Dios Padre brinda generosamente a cuantos se lo pidan y que nos capacita a su vez para perdonar a los otros.

Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad