Amabilidad

(Textos tomados del capítulo cuarto de la exhortación Amoris Laetitia del Papa Francisco)

«El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).

 

Nuestro amor cotidiano

(n. 99) “Amar también es volverse amable (…). El amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás. La cortesía «es una escuela de sensibilidad y desinterés», que exige a la persona:

  • «cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar
  • y, en ciertos momentos, a callar» (Octavio Paz).

Como parte de las exigencias irrenunciables del amor, «todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean» (Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q. 114, a. 2, ad 1). ”

(n. 100) “Para disponerse a un verdadero encuentro con el otro, se requiere una mirada amable puesta en él.

  • Esto no es posible cuando reina un pesimismo que destaca defectos y errores ajenos, quizás para compensar los propios complejos.
  • Una mirada amable permite que no nos detengamos tanto en sus límites, y así podamos tolerarlo y unirnos en un proyecto común, aunque seamos diferentes.

El amor amable genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, construye una trama social firme.

  • Así se protege a sí mismo, ya que sin sentido de pertenencia no se puede sostener una entrega por los demás, cada uno termina buscando sólo su conveniencia y la convivencia se torna imposible.
  • Una persona antisocial cree que los demás existen para satisfacer sus necesidades, y que cuando lo hacen sólo cumplen con su deber. Por lo tanto, no hay lugar para la amabilidad del amor y su lenguaje.

El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan.

  • Veamos, por ejemplo, algunas palabras que decía Jesús a las personas: «¡Ánimo hijo!» (Mt9,2). «¡Qué grande es tu fe!» (Mt 15,28). «¡Levántate!» (Mc 5,41). «Vete en paz» (Lc 7,50). «No tengáis miedo» (Mt 14,27).
  • No son palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian.
  • En la familia hay que aprender este lenguaje amable de Jesús.”

 

Para reflexionar:

  • ¿Es nuestra familia una escuela de sensibilidad y desinterés, en la que aprendemos a sentir, a hablar y a callar, por cortesía, para no hacer sufrir a los demás?
  • ¿La amabilidad en nuestro hogar fortalece los vínculos y el sentido de pertenencia? ¿O reina, en cambio, un pesimismo que destaca defectos y errores ajenos?
  • ¿Cultivamos en nuestras familias un lenguaje amable, como Jesús, con palabras que alientan, consuelan, estimulan?

La Amabilidad en la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino: II-II, q.114.